30/7: ¿Qué se necesita para poder escribir?

En mi entrada anterior les contaba que necesito que el día tenga unas seis horas más para poder hacer todo lo que quisiera hacer en esta maratónica carrera que es mi vida (y, seguro, la de otras tantas personas).

¿Por qué no nos alcanza el tiempo?
No creo que sea solo un tema de género, de roles (aunque, como les mostré, al parecer las mujeres asumimos más tareas que los hombres), pienso que también es una cuestión muy colombiana, muy del clima laboral local, esto de trabajar 24/7 —24 horas al día, 7 días a la semana "comprometidos" con el trabajo incluso sobre el placer y la familia— y ganar 8/5.

La cuestión es que para que una mujer latinoamericana, contemporánea, pueda escribir necesita de tiempo, plata y concentración (ni siquiera reconocimiento o fama, ni una editorial que ponga a circular las obras). Yo me pregunto entonces qué compatibilidad tienen estas características con el rol de mamá, con la responsabilidad de ganar nuestro propio dinero (para no tener que pedirle al marido para comprarle tinta a la impresora, por poner un caso) y con la facultad de poder sentarse así sean dos horas a aislarse y escribir (sin pensar en si tengo un WhatsApp de la niñera donde me dice que Joaquín no para de llorar). En otras palabras, no solo se necesita una habitación propia y un mecenas que pague las cuentas, como decía Virginia Woolf.

La chicana Gloria Alzandúa lo entendió muy bien, y en su rabiosa carta Hablar en lenguas: una carta a escritoras tercermundistas dice:

El problema es enfocarse, concentrarse. El cuerpo se distrae, nos sabotea con cien estafas, una taza de café, sacar la punta a los lápices. Y ¿quién tiene el tiempo o la energía para escribir después de cuidar al marido o al amante, los hijos, y casi siempre otro trabajo fuera de casa? Los problemas parecen insuperables y sí son, pero dejan de ser insuperables una vez que nos decidimos, que aunque seamos casadas o tengamos hijos o trabajemos fuera de casa, vamos a hacer el tiempo para escribir. Olvídate del “cuarto propio”, escribe en la cocina, enciérrate en el baño. Escribe en el autobús o mientras haces fila en el Departamento de Beneficio Social o en el trabajo durante la comida, entre dormir y estar despierta. Yo escribo hasta sentada en el excusado. No hay tiempos extendidos con la máquina de escribir a menos que seas rica o tengas un patrocinador (puede ser que ni tengas una máquina de escribir). Mientras lavas los pisos o la ropa escucha las palabras cantando en tu cuerpo. Cuando estés deprimida, enojada, herida, cuando la compasión y el amor te posean.

Al carajo la concentración y los marcos fijos que nos obligan a escribir de acuerdo con las reglas de ese centro que critica y dice cómo deben hacerse las cosas. Hay muchas maneras de narrar. Otra cuestión es que "la metáfora de la paternidad literaria" (acá las señoras Gilbert y Gubar lo dicen mejor en La loca del desván) nos haya hecho creer que si no escribimos como los hombres (o como los hombres dicen), entonces escribimos mal. Estas señoras citan a William Glass, quien se lamenta de que "a las mujeres literatas 'les falta ese impulso genital de sangre congestionada que vigoriza todo gran estilo" (p. 24). WTF! (otro día les hablo de "sangre congestionada" e "impulsos genitales", para responderle a Glass.)



Valeria Luiselli (escritora mexicana, periodista) y Gabriela Wiener (escritora peruana, periodista también) parecen hacerle pistola a Glass con su talento en la escritura y su propuesta de estructura literaria. En Los ingrávidos de Luiselli (que no me he acabado de leer, así que luego les hablo más de él), así como en Llamada perdida de Wiener (un pedazo de ese libro acá) hay ciertos elementos en común que responden a algunos de los cuestionamientos de esta entrada del blog respecto al tiempo, la concentración y el trabajo (la plata) como condiciones para ser mujer, latina, escritora del siglo XXI. Es decir, algunas estrategias de creación comunes a las dos autoras y que permiten la escritura de obras literarias con una firma propia donde el eje sigue siendo la escritora, su condición, su experiencia. Algunos ejemplos:

La autoficción: ¿Desde donde escriben estas autoras? Desde sí mismas en su condición de mujeres escritoras. Ambas se construyen como personajes y despiertan el morbo en el lector, que quiere conocer cuáles son los límites entre la vida real y privada: hasta dónde llega la escritora y dónde empieza el personaje de ficción.

La escritura fragmentaria. Wiener y Luiselli usan fragmentos cortos para desarrollar los textos citados. Esto no le quita profundidad a sus miradas, ni belleza a sus escrituras, sino que nos permite leerlas en "shots" o tragos cortos: aptos para la cada vez más habitual dispersión de los lectores contemporáneos.

Las novelas son de largo aliento. Eso quieren los novelistas. Nadie sabe exactamente lo que eso significa pero todos dicen: largo aliento. Yo tengo una bebé y un niño mediano. No me dejan respirar. Todo lo que escribo es —tiene que ser— de corto aliento. Poco aire. (Luiselli. p. 14)

Vuelvo a la novela cada que los niños me lo permiten. Sé que debo generar una estructura llena de huecos para que siempre sea posible llegar a la página, habitarla. (Luiselli. p. 20)

Por último y no menos importante, la conciencia sobre su condición como madres y cómo esa condición permea la escritura como algo ineludible, inevitable (es ineludible escribir, como también lo es ser madre): "Una novela silenciosa, para no despertar a los niños", dice Luiselli (p. 13), mientras que Gabriela Wiener escribió su libro Nueve lunas sobre los nueve meses de gestación y en Llamada perdida tiene una sección titulada "Acerca de lo madre". Un pedacito que me hizo sonreír: "Al verlos tan pequeños, tan portátiles, provoca meterlos en una maleta, ni siquiera para que se callen, solo para saber si caben. Son impulsos que un padre de familia con el tiempo aprende a reprimir" (p. 93).

Margarita Robayo (a quien cité para cerrar mi anterior entrada) destaca esta condición en "Bordes: una carta desde Buenos Aires":

Soy mujer –hoy no sobra esa aclaración–, luego esta condición atraviesa mi escritura. Pero además soy mamá, y eso no solo atraviesa mi escritura sino que amenaza constantemente con implosionarla, como si tuviera una granada atorada en el diafragma.

La autoficción, la escritura fragmentada y la conciencia de la maternidad son algunos elementos comunes que pude encontrar en Llamada perdida y Los ingrávidos, y que me permitieron vincularlas. Lo que pasa con estas características es que son apenas puntos en común, pero no son exclusivos de estas autoras o de la escritura femenina (bueno, la maternidad sí podría serlo). Sin embargo, (a manera de hipótesis) podríamos pensar en estas características como estrategias de escritura que responden a ciertos momentos y necesidades de una escritora y en este punto hablo de mí misma y de la creación de este blog que sí es fragmentario, sí tiene algo de autoficción y sí está atravesado por mi condición de mamá y por la falta de tiempo para sentarme a escribir un ensayo de 10 páginas (total, esto me tomó más tiempo, pero le saqué más gusto).

Por otro lado, estoy convencida de que la conciencia materna en las escritoras es determinante en su obra y me atrevería a decir (sin fundamentos y con intuiciones) que algo de su propia maternidad se transpasa a cualquier obra literaria escrita por una madre. La maternidad no nos define: nos condiciona, nos atraviesa y nos marca como nos atravesó y marcó el bebé al salir del vientre.

Sí, el tiempo podría ser una dificultad a la hora de escribir y tal vez necesitaríamos 30 horas al día para poder hacerlo todo si las expectativas se miden de acuerdo con un "deber ser" de chicasuperpoderosa. Quizá darle un giro a ese caleidoscopio podría hacernos caer en cuenta de que las 24 de las que disponemos, es lo justo y lo necesario. Que no necesitamos de más si contamos con un poco de ayuda extra.

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