La azotea, el útero y la tumba

Esta semana que pasó leímos La azotea de Fernanda Trías. No hay nada que yo pueda escribir que le de la talla al libro porque se pasa de bueno. De bueno y perturbador (acá algunos comentarios en Goodreads). Es de esos libros que uno engulle en una sentada no sé si por la habilidad que tiene la autora en tejer la trama o por el simple hecho de que uno necesita sacudirse de eso en el menor tiempo posible.

Acá la reseña de Goodreads (que me gusta más que las contra carátulas de Laguna y de Puntocero):

“El mundo es esta casa”, dice Clara mientras pretende proteger a sus seres queridos de un exterior que le resulta cada vez más amenazante. Clara se atrinchera con su padre y su hija Flor en un apartamento oscuro que irremediablemente se va desmoronando sobre ellos. La azotea se convierte en su último resquicio de libertad. Un pájaro enjaulado es el único testigo del miedo y la resistencia de Clara contra aquellos que intentan destruirla.

La historia empieza desde un punto cercano al final y desde entonces, a partir de fragmentos cortos, Trías va y vuelve a ese punto, entretejiendo la trama a partir de recuerdos.

Me interesa de este libro, a propósito del tema de este blog: la maternidad enloquecedora, monstruosa, el instinto de protección llevado al punto de que una madre sería capaz de engullir a sus hijos antes de que otro depredador lo hiciera. 
Por otro lado, el encierro es una de las líneas más marcadas en este libro y se ve representado y simbolizado de distintas formas: el apartamento que es como una tumba (conexión con la muerte), la jaula de pájaro del abuelo (la imposibilidad de la libertad), la pecera (la representación de un micro mar) y particularmente el útero de Clara (conexión con la vida), que encierra y protege a Flor y a donde quiere devolver a la niña más adelante.

Si bien el tema del libro no es la maternidad, sí hay algunos elementos que quiero destacar al respecto, algunas frases, algunas sensaciones que solamente pueden pasar y ser narradas y entendidas desde un cuerpo femenino que ha parido. 

La libertad de parir y la resistencia contra La Autoridad

 El derecho a la vida privada es una de las locuras que Clara lleva al extremo. Pero hay una cosa que sí es cierta y es la manera como La Autoridad (sí, con mayúscula) -y particularmente la autoridad patriarcal- se mete en las decisiones privadas de una familia. Dice Clara: "Los médicos hacen demasiadas preguntas, como la policía, y les gusta meterse en la casa de la gente para averiguar sus asuntos privados" (p. 27 de la edición de Puntocero).
El embarazo, el parto y el posparto son ese tipo de asuntos que, a mi manera de ver, hacen parte de la vida privada de una mujer y de una familia, y precisamente son asuntos sobre regulados. Además, todo el mundo se cree con derecho a opinar.
Parir debería ser una libertad y no lo es: la violencia obstétrica es algo sabido y una de las violencias de género más conocidas y más calladas:  las mujeres son atadas a la camilla durante el parto, narcotizadas al punto de no poder tomar decisiones sobre su propio cuerpo, humilladas y burladas por enfermeras y médicos por no obedecer sus indicaciones, y chantajeadas, pues la responsabilidad sobre la vida del recién nacido recae completamente sobre ellas. 
Clara ejerció la libertad del alumbramiento: parió en casa de Carmen y evadió la autoridad médica y estatal (Flor, su bebé, jamás pasa por un médico ni es registrada ante el Estado). Clara, prisionera de sí misma, ejerce la libertad de dar a luz a su manera. 

El útero vacío y el útero protector

La primera vez que fuimos a tomar yagé con Lufe, la persona que ofició la ceremonia fue una mujer indígena, una "chamana", que nos mantuvo como a quince personas en un espacio pequeño, no mayor que una carpa improvisada en un potrero, acostados, en posición fetal, respirándonos en la nuca unos a otros, con cantos de su voz y sin fuego. Eso fue lo más extraño. Sin fuego. Estábamos en un útero, protegidos y guiados por el canto de la anciana hasta que el vómito y las ganas de cagar nos sacaron de esa paz.
Las siguientes ceremonias ya fueron en malocas, con un corazón de fuego que no se apagó nunca, con música de armónica, con la guía de taitas y con un montón de desconocidos que deambulaban de un lado a otro. Una experiencia completamente diferente.

Traigo a colación esta anécdota porque la metáfora del útero me parece presente en La Azotea, y el útero como espacio sagrado y protector. Es como si la matriz de Clara le dictara su encierro y el de su familia. "No sé si la estaba lastimando; sólo quería metérmela en la panza y que no volviera a salir más, nunca más", dice para referirse a Flor, quien llora con desespero después de que su mamá la ha asustado con un cuento. 
El útero representa la dependencia absoluta del hijo con su madre, la única via de alimentación y respiración, la máxima protección. 
No me acuerdo en dónde leí que una de las claves de la evolución de los mamíferos había sido el hecho de "incubar" los huevos en el interior de la madre. Solo así se mantenían protegidos de los depredadores. Por eso ese apartamento es tumba y útero al mismo tiempo, vida y muerte a la vez: la máxima protección y la mayor condena. 
¿Será que esa situación ambivalente es respuesta al vacío en el vientre de Clara? No sabría decirlo, lo cierto es que esa sensación es una de las más duras del posparto: "Yo me sentía hueca", dice, "como si mis tripas se hubieran apretado para hacerle lugar a lo que había salido y ya no pudieran volver a su lugar" (p. 60).

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